Me encantan los chalecos.

No sé explicarte porqué, pero lo siento como una armadura, como si me protegiera. Soy de los que no pueden dormir sin tener la zona de la barriga tapada con algo, quizá sea por eso. Y también me encanta del chaleco que me deja tener los brazos libres, con las mangas de la camisa remangada. Me encanta la sensación de libertad de movimiento, así como la compensación térmica que genera. Corazón caliente y cerebro frio.

El otro día fuimos a comer a casa de unos amigos, y la anfitriona, a la que quiero mucho, me dijo nada más entrar, «Para la campaña, estos chalequitos que te ponen años, fuera». Casi entro en shock.

Llevaba el chaleco que más me gusta. Azul marino, superfino, cálido en su justa medida, elegante. Vamos que me lo pongo cada 3×2. Algo con lo voy super a gusto, ¿me ponía años?

A otra amiga allí presente, a la que también quiero, le pregunté por el chaleco, y me contestó: «Es un chaleco de señor de bien». Aún le estoy dando vueltas a exactamente eso que significaba. ¿Pero eso es bueno o no? Y finalmente, en casa, le pregunté a mi mujer, y menos mal que a ella le gustaba mucho, el chaleco, y como me quedaba.

Te cuento todo esto por las diferentes perspectivas que de una simple prenda de vestir se generan. Y cuya lección de fondo es que, siempre, siempre, hay que asumir que las percepciones que se generan ante cualquier cosa van a ser diferentes y discrepantes.

Mi experiencia vital me ha enseñado hace mucho que el resultado final de cualquier cosa suele ser muy superior cuando se aúnan diferentes perspectivas, de forma constructiva. Entender la esencia del porqué de una percepción ajena a la propia, te abre a la misma, y ya ves el chaleco de una forma diferente, más completa.

Una sociedad científica tiene infinidad de chalecos, y me comprometo a que siempre aunaremos diferentes perspectivas, en la medida de lo posible.

A mi amiga le pedí, «Búscame chalecos molones.» Y si tú conoces algún chaleco molón, por favor, envíame un enlace. Seguro que entre todos encontramos uno en el que me sienta a gusto y que no me «ponga años».

Faltan 300 días.

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Me encantan los chalecos.

No sé explicarte porqué, pero lo siento como una armadura, como si me protegiera. Soy de los que no pueden dormir sin tener la zona de la barriga tapada con algo, quizá sea por eso. Y también me encanta del chaleco que me deja tener los brazos libres, con las mangas de la camisa remangada. Me encanta la sensación de libertad de movimiento, así como la compensación térmica que genera. Corazón caliente y cerebro frio.

El otro día fuimos a comer a casa de unos amigos, y la anfitriona, a la que quiero mucho, me dijo nada más entrar, «Para la campaña, estos chalequitos que te ponen años, fuera». Casi entro en shock.

Llevaba el chaleco que más me gusta. Azul marino, superfino, cálido en su justa medida, elegante. Vamos que me lo pongo cada 3×2. Algo con lo voy super a gusto, ¿me ponía años?

A otra amiga allí presente, a la que también quiero, le pregunté por el chaleco, y me contestó: «Es un chaleco de señor de bien». Aún le estoy dando vueltas a exactamente eso que significaba. ¿Pero eso es bueno o no? Y finalmente, en casa, le pregunté a mi mujer, y menos mal que a ella le gustaba mucho, el chaleco, y como me quedaba.

Te cuento todo esto por las diferentes perspectivas que de una simple prenda de vestir se generan. Y cuya lección de fondo es que, siempre, siempre, hay que asumir que las percepciones que se generan ante cualquier cosa van a ser diferentes y discrepantes.

Mi experiencia vital me ha enseñado hace mucho que el resultado final de cualquier cosa suele ser muy superior cuando se aúnan diferentes perspectivas, de forma constructiva. Entender la esencia del porqué de una percepción ajena a la propia, te abre a la misma, y ya ves el chaleco de una forma diferente, más completa.

Una sociedad científica tiene infinidad de chalecos, y me comprometo a que siempre aunaremos diferentes perspectivas, en la medida de lo posible.

A mi amiga le pedí, «Búscame chalecos molones.» Y si tú conoces algún chaleco molón, por favor, envíame un enlace. Seguro que entre todos encontramos uno en el que me sienta a gusto y que no me «ponga años».

Faltan 300 días.

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