El otro día perdí la esperanza.

Algo que no le gusta a quienes me quieren, es que en este Diario me muestro vulnerable. Me dicen que no debo, y quizá tengan razón, pero me he comprometido a que me conozcas, y si no me muestro vulnerable, te estaría engañando.

Lo que ocurre es que confunden vulnerabilidad con debilidad, que no tienen por qué ir de la mano, o al menos, en mi caso, no lo van.

Soy vulnerable, sí, pero también soy resiliente, y en mayor medida. Me verás caer, no lo dudes, pero siempre me verás levantarme.

El otro día perdí la esperanza, por motivos que hoy no procede contar. Con la cabeza gacha y los hombros subidos, mirando cada detalle del suelo pisado, fui a la cocina. Me puse una copa de vino, conecté el iPhone al altavoz JBL e hice sonar en bucle, a una considerable potencia, los acordes de «The Man, The Legend» de la película TopGun Maverick, y cerré los ojos respirando profundo. Durante unos minutos me lamí las heridas, me entendí y me acepté.

Justo aquí es donde ella aparece, mi verdadera fortaleza, mi resiliencia. Atraviesa sin pudor el vacío instante emocional, la ruptura cognitiva, y la soledad de sueños desertados, acabando con la diáspora emocional de una rendición contemplada.

Y dejo de mirar al suelo, despacio, con suavidad, tomando consciencia de la catarsis existencial, mientras mis ojos se elevan hacia el horizonte, mis hombros bajan, y mi cabeza se eleva, con la rabia del que se ha dejado vencer, con el orgullo del caído que se vuelve a levantar.

Y tú, ¿eres vulnerable?, pero sobre todo, ¿eres resiliente?

Faltan 227 días.

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El otro día perdí la esperanza.

Algo que no le gusta a quienes me quieren, es que en este Diario me muestro vulnerable. Me dicen que no debo, y quizá tengan razón, pero me he comprometido a que me conozcas, y si no me muestro vulnerable, te estaría engañando.

Lo que ocurre es que confunden vulnerabilidad con debilidad, que no tienen por qué ir de la mano, o al menos, en mi caso, no lo van.

Soy vulnerable, sí, pero también soy resiliente, y en mayor medida. Me verás caer, no lo dudes, pero siempre me verás levantarme.

El otro día perdí la esperanza, por motivos que hoy no procede contar. Con la cabeza gacha y los hombros subidos, mirando cada detalle del suelo pisado, fui a la cocina. Me puse una copa de vino, conecté el iPhone al altavoz JBL e hice sonar en bucle, a una considerable potencia, los acordes de «The Man, The Legend» de la película TopGun Maverick, y cerré los ojos respirando profundo. Durante unos minutos me lamí las heridas, me entendí y me acepté.

Justo aquí es donde ella aparece, mi verdadera fortaleza, mi resiliencia. Atraviesa sin pudor el vacío instante emocional, la ruptura cognitiva, y la soledad de sueños desertados, acabando con la diáspora emocional de una rendición contemplada.

Y dejo de mirar al suelo, despacio, con suavidad, tomando consciencia de la catarsis existencial, mientras mis ojos se elevan hacia el horizonte, mis hombros bajan, y mi cabeza se eleva, con la rabia del que se ha dejado vencer, con el orgullo del caído que se vuelve a levantar.

Y tú, ¿eres vulnerable?, pero sobre todo, ¿eres resiliente?

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