Es un niño, y se llama Nacho.

Aunque la publico hoy, esta entrada la escribí hace días, cuando mi pequeño hombrecito cumplió los nueve años.

Alguna vez he pensado que pasaría si me muriera. Quiera o no, por mi trabajo, no dejo de ver todo tipo de tragedias a diario, y soy tan mortal como tú. Y sabes qué, que estoy en paz. Quiero y he querido mucho, y me quieren y me han querido mucho. He estado en muchos más lugares de los que pude soñar de pequeño. He vivido experiencias maravillosas y abundantes. Y disfruto enormemente de lo más grande, y de lo más simple.

No quiero irme, para nada, pero si algo pasara, lo único que en esa tesitura me robaría la paz, sería su futuro. El de mi hijo.

Su entropía emocional es la mía. No en vano, los dos somos ambivertidos, por lo que presentamos cualidades propias tanto de personas extrovertidas como introvertidas, en función de nuestro estado de ánimo, contexto y objetivos.

Aprendo mucho de él. Cómo reconoce y afronta miedos y debilidades no deja de sorprenderme, hasta el punto de que he decidido copiarle en determinadas circunstancias. Y cuando me irrita, en muchas ocasiones no me irrita él, sino el reflejo de comportamientos absurdos que reconozco como propios.

Tiene los buenos mimbres de su madre, lo que le otorga el potencial y la capacidad de ser mucho mejor que yo. Hace tiempo que ya sé cuál es mi función. Cuidarle, retarle a que se conozca a sí mismo, y que entienda y confíe en nuestros valores compartidos. Por eso no tengo otro camino que predicar con el ejemplo.

Hoy tan solo quería dedicarle esta entrada a mi hijo, en parte por orgullo de padre, pero sobre todo por si algún día algo pasara, para que siempre recuerde que su padre le quiere.

Feliz cumpleaños, hijo mío.

Y en tu caso, ¿cuál es tu joya más preciada?

Faltan 239 días.

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Es un niño, y se llama Nacho.

Aunque la publico hoy, esta entrada la escribí hace días, cuando mi pequeño hombrecito cumplió los nueve años.

Alguna vez he pensado que pasaría si me muriera. Quiera o no, por mi trabajo, no dejo de ver todo tipo de tragedias a diario, y soy tan mortal como tú. Y sabes qué, que estoy en paz. Quiero y he querido mucho, y me quieren y me han querido mucho. He estado en muchos más lugares de los que pude soñar de pequeño. He vivido experiencias maravillosas y abundantes. Y disfruto enormemente de lo más grande, y de lo más simple.

No quiero irme, para nada, pero si algo pasara, lo único que en esa tesitura me robaría la paz, sería su futuro. El de mi hijo.

Su entropía emocional es la mía. No en vano, los dos somos ambivertidos, por lo que presentamos cualidades propias tanto de personas extrovertidas como introvertidas, en función de nuestro estado de ánimo, contexto y objetivos.

Aprendo mucho de él. Cómo reconoce y afronta miedos y debilidades no deja de sorprenderme, hasta el punto de que he decidido copiarle en determinadas circunstancias. Y cuando me irrita, en muchas ocasiones no me irrita él, sino el reflejo de comportamientos absurdos que reconozco como propios.

Tiene los buenos mimbres de su madre, lo que le otorga el potencial y la capacidad de ser mucho mejor que yo. Hace tiempo que ya sé cuál es mi función. Cuidarle, retarle a que se conozca a sí mismo, y que entienda y confíe en nuestros valores compartidos. Por eso no tengo otro camino que predicar con el ejemplo.

Hoy tan solo quería dedicarle esta entrada a mi hijo, en parte por orgullo de padre, pero sobre todo por si algún día algo pasara, para que siempre recuerde que su padre le quiere.

Feliz cumpleaños, hijo mío.

Y en tu caso, ¿cuál es tu joya más preciada?

Faltan 239 días.

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