Me gustan los porqués.
Creo que son fundamentales, tanto tenerlos, como recordarlos.
Mi porqué profesional se conceptualiza en una imagen, que ocurrió un día cualquiera, cuando me encaminaba hacia la salida de mi hospital, para ir a casa.
No sé si conoces el Hospital La Fe, pero su zona de hall, de la parte de consultas externas, tiene un pasillo paralelo por donde solemos transitar los trabajadores del centro. Y, entre ambos, hay varios pasillos perpendiculares, con cierta anchura, que los unen, siendo uno de ellos por el que salgo habitualmente desde las escaleras por las que subo desde el Servicio de Farmacia.
Hubo un día que extrañamente no había nadie en ese pasillo. En La Fe siempre llama la atención la sensación de vacío, o al menos a mí me la llama. En el fondo, en un banco apoyado en la pared posterior del hall, estaba sentada una niña, que no te sabría concretar la edad, pero andaría entre 6 y 9 años.
Sola, en mitad del banco, con su pañuelo en la cabeza cubriendo su ausencia de pelo, jugaba con una muñeca, mitad risueña, mitad asustada.
Esa imagen se me quedó grabada. Ella simbolizaba el rojo pasión del Hospital La Fe, y a partir de ese momento, también el mío.
Viéndola a ella en ese pasillo, lo que yo hacía en el día a día cobraba sentido concreto. Que tuviera disponible aquellos medicamentos que necesitara para tratarse, en el momento y lugar adecuado, con las máximas garantías de seguridad, era responsabilidad mía.
Sé que la farmacia hospitalaria tiene muchas más responsabilidades, pero en ese momento, esas eran las mías.
Y no es que antes no supiera mi porqué, porque claro que lo sabía, pero a veces, nuestro entorno, lleno de egos, intereses y absurdeces, puedo hacernos olvidar y cuestionarnos cosas y sentidos. Ahora, cuando esto me pasa, cierro los ojos, y me acuerdo de aquella niña.
Y tú, ¿tienes un símbolo de tu porqué?
Faltan 11 días.
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Me gustan los porqués.
Creo que son fundamentales, tanto tenerlos, como recordarlos.
Mi porqué profesional se conceptualiza en una imagen, que ocurrió un día cualquiera, cuando me encaminaba hacia la salida de mi hospital, para ir a casa.
No sé si conoces el Hospital La Fe, pero su zona de hall, de la parte de consultas externas, tiene un pasillo paralelo por donde solemos transitar los trabajadores del centro. Y, entre ambos, hay varios pasillos perpendiculares, con cierta anchura, que los unen, siendo uno de ellos por el que salgo habitualmente desde las escaleras por las que subo desde el Servicio de Farmacia.
Hubo un día que extrañamente no había nadie en ese pasillo. En La Fe siempre llama la atención la sensación de vacío, o al menos a mí me la llama. En el fondo, en un banco apoyado en la pared posterior del hall, estaba sentada una niña, que no te sabría concretar la edad, pero andaría entre 6 y 9 años.
Sola, en mitad del banco, con su pañuelo en la cabeza cubriendo su ausencia de pelo, jugaba con una muñeca, mitad risueña, mitad asustada.
Esa imagen se me quedó grabada. Ella simbolizaba el rojo pasión del Hospital La Fe, y a partir de ese momento, también el mío.
Viéndola a ella en ese pasillo, lo que yo hacía en el día a día cobraba sentido concreto. Que tuviera disponible aquellos medicamentos que necesitara para tratarse, en el momento y lugar adecuado, con las máximas garantías de seguridad, era responsabilidad mía.
Sé que la farmacia hospitalaria tiene muchas más responsabilidades, pero en ese momento, esas eran las mías.
Y no es que antes no supiera mi porqué, porque claro que lo sabía, pero a veces, nuestro entorno, lleno de egos, intereses y absurdeces, puedo hacernos olvidar y cuestionarnos cosas y sentidos. Ahora, cuando esto me pasa, cierro los ojos, y me acuerdo de aquella niña.
Y tú, ¿tienes un símbolo de tu porqué?
Faltan 11 días.