Literal.
No, no exagero. Ya te avisé el día que te hablé de mis gafas nuevas, que me rondaba por la cabeza la idea de raparme al cero.
Pues bien, que mejor momento para hacerlo que en el primer día de vacaciones. Si me gustaba, ya estaba hecho, y sino, pues tenía un tiempo de recuperación antes de hacer vida normal.
Lo hice. Sin miramientos. Uno de mis cuñados hizo los honores. Primero con la máquina de recortar pelo, y luego con una maquinilla de afeitar. Salvo hacer un afeitado con cuchilla, más cerca del cero no podía estar.
Tengo fotos para demostrarlo. Los más allegados tienen alguna.
He tenido opiniones para todos los gustos. En el fondo, esto es como lo de las perspectivas y los chalecos. Puro isomorfismo.
Pero la opinión más importante, la mía, fue clara desde que me miré al espejo. No me gustó nada. Y las otras dos más relevantes, las de mi mujer y mi hijo, coincidieron con la mía. Es más, mi hijo no consiente que le lleve o recoja del campus si no llevo gorra.
Lo peor ya no es que no me gustara cómo quedaba, es que no me reconocía al mirarme a un espejo. ¿Quién era ese señor sin pelo que se reflejaba? Cuando usas filtros en programas te pueden llamar la atención, pero esto era real, en cada giro de cabeza y en cada contraste lumínico.
Lo mejor, que ya no se me va a volver a pasar por la cabeza lo de raparme. Que tengo zonas con pelo y otras sin pelo, pues a quien no le guste que se fastidie. Ya tengo claro cuál es mi estilo de pelo ideal, y con qué medidas en cada zona.
A la fecha a la que escribo esta entrada, han pasado once días ya, y aún me cuesta reconocerme, aunque ya vislumbro destellos del que era. El pelo va creciendo, pero despacio. Calculo que no volveré a estar como se me conocía en al menos nueve o diez semanas más.
Y tú, ¿alguna vez te has rapado al cero para probar como te quedaba?
Faltan 72 días.
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Literal.
No, no exagero. Ya te avisé el día que te hablé de mis gafas nuevas, que me rondaba por la cabeza la idea de raparme al cero.
Pues bien, que mejor momento para hacerlo que en el primer día de vacaciones. Si me gustaba, ya estaba hecho, y sino, pues tenía un tiempo de recuperación antes de hacer vida normal.
Lo hice. Sin miramientos. Uno de mis cuñados hizo los honores. Primero con la máquina de recortar pelo, y luego con una maquinilla de afeitar. Salvo hacer un afeitado con cuchilla, más cerca del cero no podía estar.
Tengo fotos para demostrarlo. Los más allegados tienen alguna.
He tenido opiniones para todos los gustos. En el fondo, esto es como lo de las perspectivas y los chalecos. Puro isomorfismo.
Pero la opinión más importante, la mía, fue clara desde que me miré al espejo. No me gustó nada. Y las otras dos más relevantes, las de mi mujer y mi hijo, coincidieron con la mía. Es más, mi hijo no consiente que le lleve o recoja del campus si no llevo gorra.
Lo peor ya no es que no me gustara cómo quedaba, es que no me reconocía al mirarme a un espejo. ¿Quién era ese señor sin pelo que se reflejaba? Cuando usas filtros en programas te pueden llamar la atención, pero esto era real, en cada giro de cabeza y en cada contraste lumínico.
Lo mejor, que ya no se me va a volver a pasar por la cabeza lo de raparme. Que tengo zonas con pelo y otras sin pelo, pues a quien no le guste que se fastidie. Ya tengo claro cuál es mi estilo de pelo ideal, y con qué medidas en cada zona.
A la fecha a la que escribo esta entrada, han pasado once días ya, y aún me cuesta reconocerme, aunque ya vislumbro destellos del que era. El pelo va creciendo, pero despacio. Calculo que no volveré a estar como se me conocía en al menos nueve o diez semanas más.
Y tú, ¿alguna vez te has rapado al cero para probar como te quedaba?
Faltan 72 días.