Sabías que cuando Henry Ford presentó el coche, la gente prefería seguir llevando caballos. Hoy nos parece inaudito, pero en aquel momento no lo sería tanto, porque era un cambio de envergadura, y tenemos una natural resistencia al cambio.

Es así, es una tendencia natural a oponernos y evitar alterar el estado actual o el status quo. Es un fenómeno que se manifiesta tanto a nivel individual como organizacional, y que no es otra cosa que una respuesta a los cambios que son percibidos como amenazas o que generan incertidumbre.

Incertidumbre, esta es la palabra clave.

Tememos a lo desconocido, porque lo conocido nos da seguridad. Nos inquieta perder el control, o alterar nuestras rutinas y hábitos, porque aumenta la sensación de inseguridad. Todo esto puede provocarnos el cambio.

Y también existe el escepticismo al cambio, porque dudamos de su necesidad o de los beneficios que traerá, y eso nos hace ver que las cosas están bien como están, aunque no sea así, o que el cambio propuesto no es la mejor solución.

Pero lo cierto es que hoy solo ves coches, y la presencia de caballos es testimonial, y no como medio de transporte. La razón es que, aunque el cambio pueda ser intimidante, y a veces nos haga sentir incómodos, puede traer consigo mejoras y beneficios significativos.

Si nos abrimos a nuevas ideas y oportunidades, podemos descubrir que estas novedades tienen el potencial de mejorar nuestra vida, y hacer que nuestra organización o comunidad prospere aún más.

Y tú, ¿has valorado hasta qué punto ejerces resistencia al cambio?

Faltan 119 días.

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Sabías que cuando Henry Ford presentó el coche, la gente prefería seguir llevando caballos. Hoy nos parece inaudito, pero en aquel momento no lo sería tanto, porque era un cambio de envergadura, y tenemos una natural resistencia al cambio.

Es así, es una tendencia natural a oponernos y evitar alterar el estado actual o el status quo. Es un fenómeno que se manifiesta tanto a nivel individual como organizacional, y que no es otra cosa que una respuesta a los cambios que son percibidos como amenazas o que generan incertidumbre.

Incertidumbre, esta es la palabra clave.

Tememos a lo desconocido, porque lo conocido nos da seguridad. Nos inquieta perder el control, o alterar nuestras rutinas y hábitos, porque aumenta la sensación de inseguridad. Todo esto puede provocarnos el cambio.

Y también existe el escepticismo al cambio, porque dudamos de su necesidad o de los beneficios que traerá, y eso nos hace ver que las cosas están bien como están, aunque no sea así, o que el cambio propuesto no es la mejor solución.

Pero lo cierto es que hoy solo ves coches, y la presencia de caballos es testimonial, y no como medio de transporte. La razón es que, aunque el cambio pueda ser intimidante, y a veces nos haga sentir incómodos, puede traer consigo mejoras y beneficios significativos.

Si nos abrimos a nuevas ideas y oportunidades, podemos descubrir que estas novedades tienen el potencial de mejorar nuestra vida, y hacer que nuestra organización o comunidad prospere aún más.

Y tú, ¿has valorado hasta qué punto ejerces resistencia al cambio?

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