El título de esta entrada, una frase atribuida a Mohandas Ghandi, es uno de los principales mensajes que traslado en mis ponencias de productividad personal, y uno de los más duros también.
Ya te he contado que considero fundamental que despliegues tu estrategia, para tener perfectamente claro lo que quieres hacer, y, por tanto, cuáles son tus prioridades.
Sin embargo, te voy a poner un ejemplo. Imagina que te digo que una de mis prioridades es ver crecer a mi hijo a lo largo de los años, verlo casarse y poder disfrutar de mis nietos y nietas.
Para conseguir este objetivo a largo plazo, y dado que no soy un padre joven, asumo que es importante cuidar mi alimentación y hacer deporte, como pilares para mantener no solo una vida más prolongada, sino también con una calidad adecuada. Pues bien, en este contexto, cuando tengo que elegir entre comerme un plato de ensalada, o comerme un bollo, en principio, se supone que la elección es sencilla.
Pero, ¿qué ocurre si lo que elijo es el bollo? Sobre todo, si lo hago de forma sistemática.
Pues que, por mucho que me diga a mí mismo, mi prioridad no es ver a mis nietos, sino más bien, contrarrestar cualquier emoción interna mediante un chute de dopamina derivado del bienestar momentáneo de comerme el bollo. Mi prioridad es mi bienestar momentáneo y no mis nietos.
El problema es que darse cuenta de estas circunstancias es duro, muy duro, porque te descubres engañándote a ti mismo o misma, y no es agradable. Pero por duro que sea, es necesario ser consciente y afrontarlo.
Esto mismo es aplicable cuando escuchas a otras personas hablar de lo que sea, sobre todo valores y lecciones morales, y luego ves sus acciones. Ya sabes cuáles son sus prioridades.
Y tú, ¿crees que tus acciones expresan tus prioridades?
Faltan 152 días.
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El título de esta entrada, una frase atribuida a Mohandas Ghandi, es uno de los principales mensajes que traslado en mis ponencias de productividad personal, y uno de los más duros también.
Ya te he contado que considero fundamental que despliegues tu estrategia, para tener perfectamente claro lo que quieres hacer, y, por tanto, cuáles son tus prioridades.
Sin embargo, te voy a poner un ejemplo. Imagina que te digo que una de mis prioridades es ver crecer a mi hijo a lo largo de los años, verlo casarse y poder disfrutar de mis nietos y nietas.
Para conseguir este objetivo a largo plazo, y dado que no soy un padre joven, asumo que es importante cuidar mi alimentación y hacer deporte, como pilares para mantener no solo una vida más prolongada, sino también con una calidad adecuada. Pues bien, en este contexto, cuando tengo que elegir entre comerme un plato de ensalada, o comerme un bollo, en principio, se supone que la elección es sencilla.
Pero, ¿qué ocurre si lo que elijo es el bollo? Sobre todo, si lo hago de forma sistemática.
Pues que, por mucho que me diga a mí mismo, mi prioridad no es ver a mis nietos, sino más bien, contrarrestar cualquier emoción interna mediante un chute de dopamina derivado del bienestar momentáneo de comerme el bollo. Mi prioridad es mi bienestar momentáneo y no mis nietos.
El problema es que darse cuenta de estas circunstancias es duro, muy duro, porque te descubres engañándote a ti mismo o misma, y no es agradable. Pero por duro que sea, es necesario ser consciente y afrontarlo.
Esto mismo es aplicable cuando escuchas a otras personas hablar de lo que sea, sobre todo valores y lecciones morales, y luego ves sus acciones. Ya sabes cuáles son sus prioridades.
Y tú, ¿crees que tus acciones expresan tus prioridades?
Faltan 152 días.