Te prometo que todo lo que te voy a contar es cierto, muy cierto, por desgracia.
Hace unos días te conté lo ilusionado que acudía a ser ponente en el Aula FIR. Me monté en un Euromed a las 11:20 h, para un viaje que en un par de horas me dejaría en Tarragona, donde un coche me llevaría a Sitges.
Enseguida te empiezas a dar cuenta de que algo no va bien. El tren se retrasa bastante en salir, y en un momento determinado nos informan que hay un problema en la vía y que haremos un desvío saliendo hacia Madrid para ir a continuación por la vía Madrid – Tarragona – Barcelona.
Salimos con más de una hora de retraso, y a la altura de Requena paran y nos informan que tienen que resetear el tren (no es coña, te lo juro), que no va todo lo rápido que debería. Lo que eran cinco minutos se convierte en casi media hora más.
No debió funcionar muy bien el reseteo porque rápido, lo que se dice rápido, el tren no iba. En Cuenca volvió a parar, no sabemos si a repostar o a qué. En realidad, cada vez que nos adelantaba un AVE había que ir despacio o dejarlo pasar, parados en algún punto indeterminado de Castilla La Mancha.
A las 16:00 h llegamos a Atocha (media hora más tarde de lo que a las 15:00 h nos habían dicho). Sí, resulta que el desvío consistía en ir a Madrid, aunque eso en Valencia no lo dijeron, claro. Cuatro horas y media para llegar a Madrid.
De ahí tenía que ir luego a Zaragoza y luego a Tarragona, en el mismo trenecito. Obviamente, no llegaba de ninguna forma a dar la ponencia, ni nadie aseguraba como podría volver al día siguiente, si la vía seguía cortada. Así que la organización, con coherencia, y muy a mi pesar, me pidió que bajara en Madrid y me proveyeron con un billete en AVE de vuelta a Valencia.
A la vuelta pensaba por qué tenía esa mala pata. Hubiera sido un sitio perfecto para que un buen número de socias y socios, de los que más difícil tengo el acceso, pudieran conocerme. Pero esas son las cartas que me tocaron ese día. Tras pensar un poco, decidí dar carpetazo y me puse a escribir tres entradas del Diario.
Fue un contratiempo, uno más, y prefiero no creer en señales proféticas. A fin de cuentas, a mis compañeras y compañeros les iba a decir que la vida no va de encontrarse a uno mismo, sino de crearse a uno mismo. Y un cúmulo de malos augurios no nos van a parar.
Y tú, ¿crees en señales proféticas y malos augurios?
Faltan 206 días.
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Te prometo que todo lo que te voy a contar es cierto, muy cierto, por desgracia.
Hace unos días te conté lo ilusionado que acudía a ser ponente en el Aula FIR. Me monté en un Euromed a las 11:20 h, para un viaje que en un par de horas me dejaría en Tarragona, donde un coche me llevaría a Sitges.
Enseguida te empiezas a dar cuenta de que algo no va bien. El tren se retrasa bastante en salir, y en un momento determinado nos informan que hay un problema en la vía y que haremos un desvío saliendo hacia Madrid para ir a continuación por la vía Madrid – Tarragona – Barcelona.
Salimos con más de una hora de retraso, y a la altura de Requena paran y nos informan que tienen que resetear el tren (no es coña, te lo juro), que no va todo lo rápido que debería. Lo que eran cinco minutos se convierte en casi media hora más.
No debió funcionar muy bien el reseteo porque rápido, lo que se dice rápido, el tren no iba. En Cuenca volvió a parar, no sabemos si a repostar o a qué. En realidad, cada vez que nos adelantaba un AVE había que ir despacio o dejarlo pasar, parados en algún punto indeterminado de Castilla La Mancha.
A las 16:00 h llegamos a Atocha (media hora más tarde de lo que a las 15:00 h nos habían dicho). Sí, resulta que el desvío consistía en ir a Madrid, aunque eso en Valencia no lo dijeron, claro. Cuatro horas y media para llegar a Madrid.
De ahí tenía que ir luego a Zaragoza y luego a Tarragona, en el mismo trenecito. Obviamente, no llegaba de ninguna forma a dar la ponencia, ni nadie aseguraba como podría volver al día siguiente, si la vía seguía cortada. Así que la organización, con coherencia, y muy a mi pesar, me pidió que bajara en Madrid y me proveyeron con un billete en AVE de vuelta a Valencia.
A la vuelta pensaba por qué tenía esa mala pata. Hubiera sido un sitio perfecto para que un buen número de socias y socios, de los que más difícil tengo el acceso, pudieran conocerme. Pero esas son las cartas que me tocaron ese día. Tras pensar un poco, decidí dar carpetazo y me puse a escribir tres entradas del Diario.
Fue un contratiempo, uno más, y prefiero no creer en señales proféticas. A fin de cuentas, a mis compañeras y compañeros les iba a decir que la vida no va de encontrarse a uno mismo, sino de crearse a uno mismo. Y un cúmulo de malos augurios no nos van a parar.
Y tú, ¿crees en señales proféticas y malos augurios?
Faltan 206 días.