El domingo pasado tocaba viajar por carretera.
Después de pasar el fin de semana con mi mujer y mi hijo, había que volver a casa, para afrontar mi segundo periodo de trabajo de este año, estando de Rodríguez.
El viaje no era corto, unos 430 kilómetros por la ruta habitual, básicamente autopista y autovía, salvo unos 20 kilómetros iniciales de carretera convencional. Aunque también hay otras alternativas menos «monótonas», que implican ir por carretera convencional casi la mitad del trayecto, y que suponen un ahorro de 60 kilómetros.
Al poco de iniciar el viaje, aun en el trozo inicial de carretera, vi atado a un poste bajito, de los que señalan con un catadióptrico el límite de la zona asfaltada, un pequeño ramillete de flores atado al mismo.
Tras considerar que el termómetro marcaba 35 grados y hacía un sol de justicia, la frescura de las flores implicaba que no hacía demasiado tiempo que las habían puesto.
Esa pequeña y fugaz visión fue toda una revelación. Inmediatamente, imaginé a una madre, poniendo flores a su hijo o a su marido, para cruzarse, a continuación, la imagen de mi mujer y mi hijo poniendo un ramillete similar.
Y si algo tuve meridianamente claro en ese momento, es que no quería que nadie tuviera que poner flores por mí. Ya fuera por el hecho de que hiciera algo que implicara un accidente y falleciera en ese sitio, ya fuera que hiciera algo que implicara un accidente y que la víctima fuera otra u otras personas.
La verdad es que no sé lo que hubiera pasado eligiendo el otro camino. Pero tres kilómetros después, al llegar a la bifurcación donde tenía que decidir si ir por el camino «monótono», pero más seguro, o el camino más «divertido» y más corto, pero probablemente menos seguro, ni me lo planteé.
Recorrí los 410 km que me quedaban hasta casa, primero por la autopista de peaje y después por la A-23, hasta llegar a casa cuatro horas después.
Ya sé que por la autopista también podía haber pasado cualquier cosa, pero lo que de verdad quiero transmitirte, es que no merece la pena correr ni divertirse más al volante.
Si eres capaz de escenificar en tu mente lo que ocurriría en cualquier escenario derivado de un accidente de tráfico, llegarás a la conclusión de que no querrás que nadie tenga que poner flores por ti.
Conduce con cuidado.
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El domingo pasado tocaba viajar por carretera.
Después de pasar el fin de semana con mi mujer y mi hijo, había que volver a casa, para afrontar mi segundo periodo de trabajo de este año, estando de Rodríguez.
El viaje no era corto, unos 430 kilómetros por la ruta habitual, básicamente autopista y autovía, salvo unos 20 kilómetros iniciales de carretera convencional. Aunque también hay otras alternativas menos «monótonas», que implican ir por carretera convencional casi la mitad del trayecto, y que suponen un ahorro de 60 kilómetros.
Al poco de iniciar el viaje, aun en el trozo inicial de carretera, vi atado a un poste bajito, de los que señalan con un catadióptrico el límite de la zona asfaltada, un pequeño ramillete de flores atado al mismo.
Tras considerar que el termómetro marcaba 35 grados y hacía un sol de justicia, la frescura de las flores implicaba que no hacía demasiado tiempo que las habían puesto.
Esa pequeña y fugaz visión fue toda una revelación. Inmediatamente, imaginé a una madre, poniendo flores a su hijo o a su marido, para cruzarse, a continuación, la imagen de mi mujer y mi hijo poniendo un ramillete similar.
Y si algo tuve meridianamente claro en ese momento, es que no quería que nadie tuviera que poner flores por mí. Ya fuera por el hecho de que hiciera algo que implicara un accidente y falleciera en ese sitio, ya fuera que hiciera algo que implicara un accidente y que la víctima fuera otra u otras personas.
La verdad es que no sé lo que hubiera pasado eligiendo el otro camino. Pero tres kilómetros después, al llegar a la bifurcación donde tenía que decidir si ir por el camino «monótono», pero más seguro, o el camino más «divertido» y más corto, pero probablemente menos seguro, ni me lo planteé.
Recorrí los 410 km que me quedaban hasta casa, primero por la autopista de peaje y después por la A-23, hasta llegar a casa cuatro horas después.
Ya sé que por la autopista también podía haber pasado cualquier cosa, pero lo que de verdad quiero transmitirte, es que no merece la pena correr ni divertirse más al volante.
Si eres capaz de escenificar en tu mente lo que ocurriría en cualquier escenario derivado de un accidente de tráfico, llegarás a la conclusión de que no querrás que nadie tenga que poner flores por ti.
Conduce con cuidado.