Somos animales de costumbres, sin ninguna duda. Y solo cuando un desencadenante nos obliga a cambiar, somos capaces de encontrar caminos alternativos, en ocasiones iguales o mejores a los que transitábamos sin pensar.

Desde el pasado día del padre, me estoy cuidando mucho. Había llegado a un punto de estado físico, no calificable aún de no retorno, pero cercano a él, y en el que, además, no me encontraba a gusto, ni mis sensaciones eran buenas.

La tensión y el estrés suelen configurar círculos viciosos difíciles de romper, o al menos, así me ocurre a mí. Círculos que, en el día a día, te llevan a tomar nefastas e impulsivas decisiones alimenticias, que solo buscan gratificaciones inmediatas, pero que no aportan ningún beneficio, sino todo lo contrario, y que acaban generando más tensión y estrés.

El caso es que, aparte de meditar más y hacer más ejercicio, decidí cambiar mi alimentación de forma estricta. Hago un estilo de alimentación ketotariana, que, en síntesis, consiste en combinar lo mejor de una dieta vegana y de una dieta cetogénica. Estilo de alimentación en el que mis enemigos reales son los hidratos de carbono, salvo aquellos que existen de forma natural en verduras y hortalizas.

Es por ello que un día me llamó la atención una receta de ensaladilla de coliflor que vi en Instagram, y me decidí a hacerla.

Aunque lleva trabajo, no más que la tradicional con patata. No tiene hidratos de carbono, o al menos no tiene de aquellos que quiero evitar. Y sabe igual, e incluso mejor, según gustos, porque como todo en esta vida, no es solo la coliflor o la patata, sino todo el conjunto de la ensaladilla lo que le da su personalidad y valor.

No dejo de pensar que, si desde pequeños nos hubieran acostumbrado a que la ensaladilla se hacía con coliflor, no nos sorprendería ver esta receta, ya que sería la habitual, y nos habríamos ahorrado en el camino, al menos en mi caso, una cantidad ingente de hidratos de carbono.

Y tú, ¿has probado la ensaladilla de coliflor?

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Somos animales de costumbres, sin ninguna duda. Y solo cuando un desencadenante nos obliga a cambiar, somos capaces de encontrar caminos alternativos, en ocasiones iguales o mejores a los que transitábamos sin pensar.

Desde el pasado día del padre, me estoy cuidando mucho. Había llegado a un punto de estado físico, no calificable aún de no retorno, pero cercano a él, y en el que, además, no me encontraba a gusto, ni mis sensaciones eran buenas.

La tensión y el estrés suelen configurar círculos viciosos difíciles de romper, o al menos, así me ocurre a mí. Círculos que, en el día a día, te llevan a tomar nefastas e impulsivas decisiones alimenticias, que solo buscan gratificaciones inmediatas, pero que no aportan ningún beneficio, sino todo lo contrario, y que acaban generando más tensión y estrés.

El caso es que, aparte de meditar más y hacer más ejercicio, decidí cambiar mi alimentación de forma estricta. Hago un estilo de alimentación ketotariana, que, en síntesis, consiste en combinar lo mejor de una dieta vegana y de una dieta cetogénica. Estilo de alimentación en el que mis enemigos reales son los hidratos de carbono, salvo aquellos que existen de forma natural en verduras y hortalizas.

Es por ello que un día me llamó la atención una receta de ensaladilla de coliflor que vi en Instagram, y me decidí a hacerla.

Aunque lleva trabajo, no más que la tradicional con patata. No tiene hidratos de carbono, o al menos no tiene de aquellos que quiero evitar. Y sabe igual, e incluso mejor, según gustos, porque como todo en esta vida, no es solo la coliflor o la patata, sino todo el conjunto de la ensaladilla lo que le da su personalidad y valor.

No dejo de pensar que, si desde pequeños nos hubieran acostumbrado a que la ensaladilla se hacía con coliflor, no nos sorprendería ver esta receta, ya que sería la habitual, y nos habríamos ahorrado en el camino, al menos en mi caso, una cantidad ingente de hidratos de carbono.

Y tú, ¿has probado la ensaladilla de coliflor?

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