Tengo la suerte de trabajar con ocho residentes a día de hoy, y si algo tengo claro, es que cada uno de ellos es de su madre y de su padre.

Y al igual que pasaba con el sándwich mixto del que te hablaba el otro día, cada uno de ellos es especial a su manera.

Pienso en nombres (en plural) a los que ya me llevaría sin pensar para trabajar conmigo de forma permanente, por sus ganas, por su disposición permanente, y por su inteligencia y sus valores. Y lo haría, además, priorizándoles sobre otros compañeros con más experiencia y años.

Pienso en nombres (en plural) que están en plena evolución vital, sin que tengan aún claro cuál será su rumbo, y a los que, a veces, creo que les veo más fortalezas desde fuera de las que ellos se ven en sí mismos. Yo también fui residente, y recuerdo mis miedos e inseguridades, que, en algunos casos, siguen sin haber desaparecido después de casi treinta años.

Pienso en nombres (en plural) con los que no comparto estilos y actitudes, pero a los que respeto por sus virtudes y convicciones. Y no dejo de pensar, en estos casos, como era yo de residente, y lo que pensaba de los que entonces eran mis jefes, y lo que podrían pensar ellos de mí.

Cada uno de nosotros, y yo el primero, tenemos nuestro modelo mental de cómo tendría que ser un residente, el cual se constituye y moldea a partir de nuestros valores propios, de nuestra forma de ser, y de nuestras circunstancias personales y experiencia vital. Pero no deja de ser un modelo mental, y nunca puede ser un dogma.

Los residentes con los que trabajo a día de hoy, son personas adultas, inteligentes e independientes, con unos valores, una experiencia vital y una forma propia de entender la vida, que no tiene por qué ser la misma que la mía. Que es exactamente lo mismo que ocurre con cualquier otra persona.

Y no se me ocurrirá pedirles que sean lo que no son, ni mucho menos juzgarles por ser lo que son.

Tan solo les pido, lo mismo que a cualquier otro compañero, incluido a mí mismo. Respeto a los demás, trabajo, lealtad al equipo, y que vean el vaso medio lleno, en vez de medio vacío, por difícil que a veces sea verlo así.

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Tengo la suerte de trabajar con ocho residentes a día de hoy, y si algo tengo claro, es que cada uno de ellos es de su madre y de su padre.

Y al igual que pasaba con el sándwich mixto del que te hablaba el otro día, cada uno de ellos es especial a su manera.

Pienso en nombres (en plural) a los que ya me llevaría sin pensar para trabajar conmigo de forma permanente, por sus ganas, por su disposición permanente, y por su inteligencia y sus valores. Y lo haría, además, priorizándoles sobre otros compañeros con más experiencia y años.

Pienso en nombres (en plural) que están en plena evolución vital, sin que tengan aún claro cuál será su rumbo, y a los que, a veces, creo que les veo más fortalezas desde fuera de las que ellos se ven en sí mismos. Yo también fui residente, y recuerdo mis miedos e inseguridades, que, en algunos casos, siguen sin haber desaparecido después de casi treinta años.

Pienso en nombres (en plural) con los que no comparto estilos y actitudes, pero a los que respeto por sus virtudes y convicciones. Y no dejo de pensar, en estos casos, como era yo de residente, y lo que pensaba de los que entonces eran mis jefes, y lo que podrían pensar ellos de mí.

Cada uno de nosotros, y yo el primero, tenemos nuestro modelo mental de cómo tendría que ser un residente, el cual se constituye y moldea a partir de nuestros valores propios, de nuestra forma de ser, y de nuestras circunstancias personales y experiencia vital. Pero no deja de ser un modelo mental, y nunca puede ser un dogma.

Los residentes con los que trabajo a día de hoy, son personas adultas, inteligentes e independientes, con unos valores, una experiencia vital y una forma propia de entender la vida, que no tiene por qué ser la misma que la mía. Que es exactamente lo mismo que ocurre con cualquier otra persona.

Y no se me ocurrirá pedirles que sean lo que no son, ni mucho menos juzgarles por ser lo que son.

Tan solo les pido, lo mismo que a cualquier otro compañero, incluido a mí mismo. Respeto a los demás, trabajo, lealtad al equipo, y que vean el vaso medio lleno, en vez de medio vacío, por difícil que a veces sea verlo así.

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